Hace unos años se conocieron los resultados derivados de la investigación conocida como el “estudio de las monjas”. Este trabajo estudió la relación entre las funciones intelectuales y emocionales que se tienen a lo largo de los años y el estado del cerebro post mortem en una comunidad de monjas que vivieron y trabajaron en el mismo lugar durante mucho tiempo. Uno de los más trascendentes resultados fue el que sugirió que algunas monjas que en vida mostraron leves alteraciones cognitivas o una función cognitiva intacta, presentaban evidencias en su cerebro compatibles con las que se observan en pacientes con enfermedad de Alzheimer.
¿Cómo podía ser esto? Al investigar escritos autobiográficos se observó que la menor habilidad lingüística en edades tempranas (evaluada por la densidad de las ideas) predecía significativamente el riesgo para el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer en la vejez. Aproximadamente el 80% de las monjas, cuya escritura se midió como de baja habilidad lingüística, desarrolló la enfermedad de Alzheimer en la vejez. Por su parte, del grupo de monjas cuya habilidad lingüística fue alta, sólo el 10% sufrió más tarde la enfermedad. También este estudio sugirió que un estado emocional positivo puede contribuir a que vivamos más.
Según estos investigadores, monjas que en sus escritos de juventud habían expresado mayor número de emociones negativas tuvieron menos años de vida y una frecuencia mayor de enfermedad de Alzheimer. Fue así como cobró interés la hipótesis de que una mayor “reserva cognitiva” podía hacer más resistente al cerebro para enfrentarse al daño neuronal. Este concepto de “reserva cognitiva” explicaría, básicamente, por qué algunas personas con un envejecimiento cerebral anormal pueden estar intactas intelectualmente mientras que otras sí experimentan síntomas clínicos. La “reserva cognitiva” sería entonces un constructo hipotético para explicar cómo, ante cambios neurodegenerativos que son similares en extensión y naturaleza, los individuos varían considerablemente en la severidad del deterioro cognitivo. Neurocientíficos de la Universidad sueca de Umea desarrollaron un concepto complementario a éste que denominaron “mantenimiento cerebral.”
Según estos científicos, éste sería uno de los factores más importantes para lograr un envejecimiento cognitivo exitoso y destacan el hecho de que los cerebros de algunos adultos mayores parecen envejecer más lentamente al mostrar poca o ninguna patología cerebral. Las personas con un trabajo intelectual exigente pueden disfrutar de una ventaja en términos cognitivos, pero los beneficios rápidamente disminuirían si la persona se “jubila intelectualmente.”
Un compromiso permanente con la exigencia intelectual sería uno de los caminos más eficaces para el mantenimiento cerebral. La estimulación intelectual, una dieta saludable, reducir el estrés, practicar actividad física, controlar los factores de riesgo vascular y tener una vida social activa han sido identificados como factores potenciales de protección en la mediana edad que pueden ayudar a mantener la reserva cognitiva en la vida adulta. Asimismo, aquellas personas que en la vejez continúan estimulados social, física y mentalmente muestran una mayor fiabilidad en el rendimiento cognitivo a partir de un cerebro que parece aun más joven que lo que dictan sus años. Aunque muchos factores de riesgo, como la predisposición genética, están fuera de control, existe evidencia, desde diversos estudios, de que contaríamos con varias estrategias que pueden ayudar a reducir el riesgo de deterioro cognitivo.
Por todo esto, mantener el cerebro en forma es una buena medida de enfrentar al tiempo que, como se sabe, no para.
Por Facundo Manes* en http://facundomanes.com/columnas-de-opinion/
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Director del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Presidente del Grupo de Investigación en Neurología Cognitiva de la Federación Mundial de Neurología.
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